Todos confluyen esta noche en la escalinata. Sayas azules de preuniversitario, pulóveres con frases del Apóstol, el rostro de Fidel en las pancartas. La juventud cubana está presente hoy en este lugar, incluso quien no haya podido llegar. Camina en los zapatos de aquella muchacha que sostiene la antorcha encendida, con los ojos cansados por el estudio. O en el joven que lleva con orgullo su bandera, ondeando digna entre la multitud.

El sol no brilla, tampoco las estrellas. La cúpula grisácea que abrió el día ha dado paso a un cielo poblado de nubes, distinguibles incluso en la oscuridad. Pero eso no detiene a la masa «alegre, pero profunda» que ha poblado las inmediaciones de la Universidad de La Habana. Entre risas han esperado. Ahora cantan. Vuelve a acudir a un hito de la vida estudiantil.

La tradición inaugurada por los jóvenes de la Generación del Centenario hace más de medio siglo se renueva hoy en nuevos cubanos. Vuelve con bríos renovados. Cada 27 de enero, como de costumbre, integrantes de los colectivos estudiantiles realizan este sentido homenaje al más universal de los cubanos en el aniversario de su natalicio.

Algunos, ajenos a la idiosincrasia nacional, se preguntarán el porqué de tan notoria celebración. Es que Martí representa una presencia constante en la vida del pueblo revolucionario. Recitamos sus versos desde tempranas edades, encontramos su figura en cada escuela.

Por eso no resulta sorpresivo el arraigo de su obra, legada a la humanidad, en el acervo cultural de la juventud cubana, aún más en la universitaria.

Retumban las notas del Himno Nacional, unas palabras de aliento. Desfilan todos colina abajo hasta la Fragua. Danzan las banderas al aire, la alegría, las consignas. Cuba brilla, una vez más, con la luz del Maestro.

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