Celia será siempre para todos sus compañeros la fibra más íntima y querida de la Revolución Cubana, la más entrañable de nuestras hermanas, la más autóctona flor de la Revolución.

A Celia hay que situarla como genuina representación popular de la etapa en que Fidel y el pueblo cubano cambiaron el curso de la historia de América y ayudaron de modo decisivo a la transformación revolucionaria del mundo. En esta obra inmensa, ella tiene un destacadísimo lugar de honor. Está junto al Che y a Camilo; como ellos entró por las puertas de la eternidad como símbolo purísimo del pueblo cubano en la época de Fidel. Para medir quién fue verdaderamente Celia, baste subrayar que será imposible escribir la historia de Fidel Castro sin reflejar a la vez la vida revolucionaria de Celia.

Hija del doctor Manuel Sánchez Silveira y la manzanillera Acacia Manduley Alsina, nació en Media Luna, antigua provincia de Oriente, el 9 de mayo de 1920. Su padre influyó directamente en su educación patriótica; fue él quien le hablaba de los próceres, la llevaba junto a sus hermanos a sitios históricos como San Lorenzo y Dos Ríos, los incitaba a leer La Edad de Oro y la obra martiana.

Cuando la familia se mudó para Pilón en 1940, quedó impactada con la situación de miseria en que se encontraban los campesinos de la zona. Realizó entonces disímiles actividades para ayudar a familias pobres y rápidamente comprendió que la única opción que transformaría verdaderamente aquella sociedad era un profundo cambio político. Se afilió al recién fundado Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), del cual su padre fue dirigente municipal. Después del golpe de Esta¬do perpetrado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952 comenzó a participar en diversas organizaciones insurreccionales.

El 21 de mayo de 1953, año del centenario del nacimiento del Apóstol José Martí, escaló junto a otros martianos a la cima del Pico Real del Turquino, la mayor elevación del país, para colocar en la cumbre de la montaña un busto de bronce del Maestro que fue realizado por la relevante escultora cubana Jilma Madera.

El doctor Manuel Sánchez Silveira, colocando el acta oficial de la expedición en la urna que existía en el Pico Turquino. Aparecen también en la foto Jilma Madera, Aníbal T Díaz y Celia Sánchez

En marzo de 1957, cuando se incorporó al Ejército Rebelde, comenzó su leyenda de guerrillera, desde que empezó a compartir con Fidel las principales decisiones de la guerra. Desde los meses anteriores al desembarco del Granma, no existió un episodio de la lucha revolucionaria dirigida por Fidel en el que Celia no haya estado en la primerísima línea de combate. Desde el momento mismo del desembarco en Las Coloradas, hasta el instante de su muerte, su trabajo permanente junto al Comandante en Jefe es uno de los hechos más hermosos, humanos y revolucionarios de esa etapa de la historia de Cuba y quedará para siempre en el corazón del pueblo como un ejemplo de lealtad política e ideológica insuperable.

Era una combatiente con excepcional intuición, sensibilidad e inteligencia. A su valor personal, mostrado en toda su vida de revolucionaria y en especial en los difíciles momentos de la guerra y en los instantes cruciales y decisivos por los que ha atravesado nuestro proceso, se unían la sencillez, la modestia y una exquisita delicadeza femenina.

El sentimiento y la raíz de pueblo que Celia llevaba en su conciencia combatiente eran parte sustancial de su propia naturaleza. Era, asimismo, capaz de comprender y entenderse con el pueblo con toda profundidad, como pocos revolucionarios han logrado. Es ampliamente conocida su extraordinaria preocupación por las inquietudes, opiniones y problemas del pueblo. Nunca relegó a un plano de segundo orden el interés de su nexo inmediato con la población. Para ella no había cuestión más importante que promover y desarrollar dicho vínculo. Pero no le bastaba mantener esa conducta se interesaba también por que los cuadros de dirección del Partido y el Estado se relacionaran con la población y trataran muy concreta y directamente los problemas sobre los cuales tenían responsabilidades. Es más, en los días en que grandes problemas nacionales e internacionales tenían que absorber inevitablemente la atención de Fidel, Celia desarrollaba con mayor pasión su comunicación popular. Esto servía de manera importante para que él pudiera conocer en todo instante lo que el pueblo sentía y quería.

Ella fue una genuina creación de esta etapa revolucionaria. Aquellos años decisivos de la historia de la Revolución aparecen impregnados con el ejemplo de su vida, abnegación, pasión, cariño hacia los trabajadores y lealtad a la causa del pueblo. Como era una apasionada de la historia, emprendió en medio de aquellas difíciles condiciones de la montaña la imprescindible tarea de cuidar la historia de la archivística revolucionaria y por eso en su mochila de combatiente, se encargó de guardar los documentos de la hazaña revolucionaria. Porque desde el primer instante tuvo la sensibilidad y la conciencia que hacían falta para comprender que vivía en el escenario de una epopeya histórica extraordinaria. Cuidó con celo todos los documentos, materiales y escritos de Fidel y demás combatientes, con el objetivo de conservarlos para la posteridad. Organizó un gran archivo histórico con el inmenso arsenal de toda esa valiosa documentación de la Revolución y de su máximo líder.

Recordarla significa abrirnos el corazón y mostrar un pedazo de la historia que es parte viva y sentida de cada hombre y mujer del pueblo. La huella que ha dejado en el pueblo cubano no se podrá borrar jamás. Recuerdo la primera vez que oí hablar de Celia. Fue muchos meses antes del desembarco del Granma. A Santiago de Cuba fueron los compañeros Pedro Miret y Ñico López para entrar en contacto con Frank País, recorrer la antigua provincia de Oriente y analizar las posibles zonas que podríamos convertir en escenarios de combates revolucionarios. El punto más decisivo de aquel viaje fue la región de Manzanillo. De Oriente regresaron a La Habana contentos de las posibilidades que había en Manzanillo, donde ella y otros compañeros organizaban núcleos clandestinos y alentaban el movimiento popular contra la tiranía.

En medio del trabajo clandestino, donde se les daba prioridad a los problemas que suponía armarnos para la lucha, Ñico y Pedro nos transmitieron la impresión de que en Manzanillo existían brotes de un movimiento popular, de masas, y efervescencia de ideas progresistas muy avanzadas. Ellos llevaron a Fidel informaciones útiles para el propósito de ser libres o mártires en 1956.
Recuerdo también la primera vez que la vi en La Habana, cuando acudió a varios de nosotros para que le diéramos vía y autorización para viajar a México con la intención de regresar en lo que después fue la expedición del yate Granma. Sin embargo, Frank quería que Celia permaneciera en Manzanillo organizando el apoyo al desembarco. No vino en el Granma por decisión de la dirección del Movimiento 26 de Julio en Cuba. Posteriormente pudo comprobarse que el trabajo realizado por ella en las zonas de Pilón, Niquero y Manzanillo fue de un valor inestimable en los días del desembarco.

Hay que destacar que antes de que entrara en contacto con Fidel y, por tanto, con anterioridad a que mostrara junto a él sus dotes organizativas y su excepcional capacidad ejecutiva, ya era conocida como uno de los cuadros más destacados del movimiento clandestino en Oriente.

Se le consideraba un valioso puntal del Movimiento 26 de Julio antes de la expedición del Granma. Celia no solo se acercó al Movimiento: la dirección del Movimiento también se acercó a Celia. Ella ejercía por aquel entonces, en la zona de Manzanillo, una notable y creciente influencia política entre los sectores más humildes de la población.

Por la composición social de la región, y dada la influencia de las ideas progresistas que en esta existía, la dirección del Movimiento en La Habana y en Santiago de Cuba y, desde luego, Fidel, siempre consideraron a Manzanillo como un importantísimo foco de las ideas revolucionarias.

Fidel Castro cruza un río seguido por Celia Sánchez y Vilma Espín y otros combatientes. Sierra Maestra, marzo de 1958. Foto: Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado / Fidel Soldado de las Ideas

Su trabajo y el de los compañeros en aquella zona iría a convertirse, con el desembarco de Fidel, en el punto de contacto más inmediato entre la Sierra y el Llano. Durante algunos meses desarrolló una intensa actividad organizativa de apoyo a los expedicionarios. Trabajó en el Llano manzanillero, es decir, en las puertas de la Sierra, en la organización de la retaguardia serrana, y se transformó de hecho en el principal contacto entre los grupos comandados por Fidel y el movimiento clandestino que operaba en el resto de Cuba y especialmente en Oriente.

Los compañeros que laborábamos en la clandestinidad la consideramos una combatiente del Llano y siempre consideramos que ella conocía los problemas y las situaciones del Llano de la manera correcta. Había vivido intensamente la clandestinidad en Oriente y conocía con mucha profundidad los sentimientos revolucionarios de Frank y de los combatientes clandestinos.

En febrero de 1957, Frank, Celia y un grupo de compañeros nos entrevistamos por primera vez con Fidel, Raúl y el Che, así como con otros guerrilleros, en las estribaciones de la Sierra Maestra. Allí fue donde ella conoció de manera personal a Fidel. De aquel encuentro surgió la orientación de conducir clandestinamente hacia la Sierra un fuerte contingente de hombres y armas que habían intervenido en los sucesos del 30 de noviembre. En las semanas subsiguientes, Celia, junto a Frank y varios compañeros, trabajamos sin descanso en el empeño. Pero el alma y la dirección de aquella operación, fueron ellos dos.

Esa capacidad ejecutiva, ese don de convertir en hechos los más atrevidos proyectos, esa formidable preocupación que tenía por los detalles y que todo el pueblo de Cuba conoce, los pudimos apreciar de una manera ejemplar durante aquellas semanas, tan cargadas de historia y de recuerdos. Mover en los primeros meses de 1957 un destacamento armado de cerca de sesenta hombres desde Santiago de Cuba y otras zonas de Oriente hacia Manzanillo; cobijarlos, amparados en un marabuzal, durante más de dos semanas, a cortos kilómetros de la entrada del pueblo y a unos pocos pasos de la carretera de Bayamo a Manzanillo, y trasladarlos después a la Sierra Maestra, era tarea para la que se exigía coraje, capacidad de organización, destreza, talento y audacia.

Es cierto que tenía en Manzanillo una gran influencia en diversos sectores populares, y esto le servía de mucho para sus propósitos. Pero el valor de su trabajo en aquellos días ha de verse también en el hecho de que siendo conocida por amplias capas de la población, siempre se las ingenió para trabajar en la clandestinidad dentro de la zona, preparar operaciones audaces y no ser descubierta.

Aquella primera incorporación a la Sierra de hombres y armas procedentes de distintas zonas de Oriente fue sin duda un elemento de extraordinario valor para mantener y permitir desarrollar ulteriormente el foco guerrillero.

La labor organizativa realizada en las zonas de Manzanillo, Pilón y Niquero antes del desembarco, la vasta red clandestina que allí había, constituida antes del Granma, la tesonera tarea de los revolucionarios de la zona en las semanas que van del 2 de diciembre de 1956 al 17 de febrero de 1957, cuando se produjo la citada entrevista, unidas al trabajo exitoso que condujo a la operación de llevar a la Sierra un destacamento armado, son tres hitos importantes por los que empezó a entrar con personalidad propia en la historia de la Revolución.

Por aquellos días fue transformándose en el enlace principal entre la Sierra y el Llano. Poco después, una vez asegurada la retaguardia, pasó a trabajar definitivamente en la Sierra, junto a Fidel, convirtiéndose en uno de los principalísimos baluartes del movimiento guerrillero. Conocedora de la zona, con innumerables contactos en el Llano manzanillero, con vínculos estrechos con el Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba y con una confianza ilimitada en el triunfo de la causa rebelde, se convirtió en la insuperable auxiliar de Fidel. Se transformó así en un símbolo. Con su valor, constancia, abnegación, laboriosidad y trabajo altamente eficaz al lado de Fidel, entró definitivamente en la historia. En la Sierra no fue solo la heroína de la guerra; fue, además, la heroína del trabajo. En ella la leyenda adquirió forma y contenido reales.

En el ejemplo de la conducta de Celia, y en el conocimiento cabal de sus virtudes, está una de las mejores enseñanzas de que disponemos hoy para superar nuestras debilidades y enfrentar las responsabilidades que tenemos como revolucionarios.

Si dadas las múltiples tareas y responsabilidades de Fidel no le era posible a algún compañero explicarle directamente a él cualquier problema de interés, le bastaba con planteárselo a Celia. Sabíamos de su sensibilidad, de su madurez y de su conocimiento para interpretar al Comandante en Jefe. Cuando salíamos de hablar con ella, sentíamos la seguridad de que, siguiendo sus consejos, nos ajustaríamos fielmente a los criterios del líder de la Revolución.

Desde los tiempos de la Sierra desempeñó este papel de compañera y ofreció su ayuda fraternal a todos los combatientes. Se preocupaba hasta por los más mínimos detalles e inquietudes personales de los combatientes. Lo hacía con fraternidad y con un trato exigente y riguroso en las cuestiones de principios.

Apasionada, pero al estilo de los que habló Martí cuando dijo que los apasionados eran los primogénitos del mundo. Tenía la capacidad de entrega, el desprendimiento personal, la sensibilidad humana y la exquisita dulzura de que solo son capaces las mujeres. No había injusticia por reparar, no había problema hu¬mano por resolver, no había cuestión de interés revolucionario por abordar y en los que pudiera intervenir, que no lo hiciera con firmeza, con modestia, decisión y con ferviente pasión revolucionaria.

En su carácter se integraron la dulzura, el cariño, el afecto, la alegría de vivir, con la más rigurosa exigencia en los principios y en el trabajo revolucionario. Quizás fue esta combinación que la vida muestra como excepcional, unida a su sentir de pueblo y a su modestia y sencillez, lo que le facilitó una depurada, fina y profunda identificación política con Fidel.

Si el Che dijo que, en su renuevo continuo e inmortal, Camilo era la imagen del pueblo, de Celia podría decirse exactamente lo mismo. Su forma de actuar y proceder, su estilo personal y sus reacciones ante los problemas de la vida diaria, tipifican el carácter y el temperamento del pueblo cubano. Era una típica cubana. Lo era en su alegría, en su dinamismo, en su carácter extrovertido, abierto, en su fraternidad humana y en su exigencia y rigor.

Los que tuvimos oportunidad de hablar con ella en los últimos años de su vida, pudimos apreciar que la heroína legendaria mantenía la llama de la rebeldía contra toda injusticia y contra todo lo mal hecho, pero que había adquirido, a su vez, una conciencia madura para comprender la complejidad de los problemas políticos, sociales y estatales que se plantean a una Revolución como la nuestra.

Aunque tenía el poder y la autoridad, no concebía utilizarlos para medrar o acomodarse; gustaba, sí, de emplearlos, pero para construir y crear. No quería la autoridad para otra cosa. La quería para contribuir a la obra colectiva. Y siempre la empleó para llevar a cabo tareas concretas que fueran útiles a los propósitos de la Revolución. Solo así es genuinamente revolucionaria la autoridad que el pueblo y la Revolución nos entregan. En un revolucionario verdadero no vale la pena tener autoridad ni tener poder para otro fin.

Así la vimos en el trabajo de construcción socialista, procurando resolver innumerables problemas en las más diversas esferas de nuestra vida social y económica. En las granjas, en las fábricas, en las escuelas, en las instituciones hospitalarias, en los centros de recreación, en los centros laborales en general. Construyendo, reconstruyendo, reparando, rectificando, luchando infatigablemente en las más diversas tareas. Preocupándose por los detalles de numerosísimas obras de beneficio social o colectivo, todas ellas inspiradas en los programas y en las ideas concebidos por Fidel. Y lo hacía con imaginación, interesando a un gran número de personas en la ejecución de esos trabajos. Charlaba con obreros, campesinos, técnicos, especialistas, estudiantes, jóvenes e incluso con niños, para llevar a cabo los planes que se le habían encomendado. Trabajaba infatigablemente noche y día, sin descanso; su vida estuvo por entero dedicada a la Revolución.

Era asimismo extraordinariamente sensible a los aspectos ideológicos de cada situación política o histórica. En cuestiones de principios políticos, mantenía un gran celo y exigencia y, a su vez, un apasionado interés por las interpretaciones más justas y revolucionarias a cada situación.

Sentía la lucha de liberación nacional de América Latina y el Caribe como algo muy íntimo. Sufría con la miseria de otros pueblos y con los atropellos que el imperialismo cometía en cualquier área del mundo; para sus sentimientos revolucionarios no había fronteras.

Poseía un finísimo sentido de lo hermoso, y cuando podía influir, procuraba que se creara belleza en el medio ambiente y en las obras constructivas e instalaciones que acometía la Revolución. Por su profundo sentimiento patrio, se inclinaba a la exaltación de las formas cubanas de lo bello. Ha dejado la huella de la belleza cubana y tropical en muchas de nuestras instalaciones.

A su sentido humano y a su sencillez unía un rechazo al tratamiento formalista de los problemas; iba a su esencia y a su solución práctica. Rehuía las formalidades y buscaba siempre el aspecto más eficaz, positivo y funcional de las cuestiones.

La guerrillera de las montañas de Oriente, a quien le agradaba dormir en hamacas o recorrer un camino serrano y nunca perdió el gusto por ese estilo de vida fue, sin embargo, capaz de promover, organizar y desenvolverse con el porte preciso dentro de las formalidades de la vida oficial que inevitablemente tiene que realizar todo Estado. Sin embargo, a pesar de haberse movido con la destreza necesaria para ello, no dejó de ser la guerrillera rebelde y ejemplar que mochila al hombro acompañaba al Comandante en Jefe. No dejó de ser la combatiente de las vicisitudes de la Sierra, la trabajadora abnegada que junto a Fidel recorría los planes agrícolas, los centros de trabajo, las escuelas, los hospitales.

Fue también capaz de promover y organizar nuestra vida oficial y protocolar y eso también lo hizo con eficiencia e imaginación. Lo pudo hacer porque sabía que era un requerimiento y una necesidad de la Revolución y del trabajo de Fidel. Celia fue siempre la garantía definitiva de la atención y la precisión con que se lograron ejecutar con éxito cada uno de los detalles de la inmensa obra en la que fue protagonista de excepción.

Esa fue Celia: grande en su abnegación heroica y en su lealtad incondicional, grande en su identificación con el pueblo, en su amor a la obra de la Revolución y en su interés apasionado por los demás, grande en su preocupación por los aspectos más concretos y decisivos de cada obra de la Revolución, grande —quizás sobre cualquier otra virtud— en su modestia y sencillez.

Entre todas sus cualidades debemos destacar su rechazo a cualquier forma de ostentación y su apego a las maneras simples y sencillas de vivir y trabajar. Esta era una de sus más conmovedoras virtudes. Su carácter me recuerda aquellos versos de Martí: “El arroyo de la sierra / me complace más que el mar”. Y no podía ser de otra manera quien estaba tan unida a Fidel.

Ella nos da fuerzas, nos da aliento y nos impulsa con el ejemplo de su vida. Nos enseña las virtudes que debemos desarrollar, nos estimula en esta hora que viven la patria, América y el mundo para continuar luchando por un mundo mejor y más pleno para todos.

(Versión del discurso que pronunció en la despedida de duelo de Celia Sánchez Manduley, en la Necrópolis de Colón, La Habana, el 12 de enero de 1980)

Por: Armando Hart Dávalos

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