El Estado-nación no es un fenómeno natural, no existió siempre. Es una creación humana, una construcción de carácter político. Y, como tal, algún día desaparecerá.

El estudio de la historia demuestra que la nación no es más que una de muchas otras formas en las que los seres humanos hemos ido organizando nuestras sociedades. Las comunidades que antes se agrupaban en polis o ciudades, o en feudos, fueron fundiéndose bajo una única simbología, que sirvió de plataforma ideológica al Estado moderno.

La misma idea de Cuba es una construcción de carácter político. La noción de Patria que hoy defendemos es fruto de arduas luchas y de un proceso gradual -pero siempre intenso- de formación de una identidad, alrededor de una historia y de principios o valores. Cuba y sus símbolos nacionales fueron en su momento el proyecto de personas que pensaban que lo mejor para el pueblo era la independencia.

Ese proceso no ha estado exento de contradicciones. La Bandera de la Estrella Solitaria fue enarbolada por primera vez por Narciso López, en el contexto de una expedición con carácter anexionista. De ahí sus colores, idénticos a los que refleja la bandera estadounidense y que son, después de la Revolución Francesa, los colores asociados al republicanismo.

Como símbolo al fin, la bandera fue resignificada. Agramonte y otros independentistas defendieron su formalización en Guáimaro, en el año 1869, como bandera de la República en Armas, porque ya había sido derramada la sangre de cubanos bajo esa insignia.

Lo que hoy entendemos como nación cubana, como cubanidad, tiene imprescindibles raíces en esos momentos históricos. La lectura fría y objetiva de estos sucesos, la comprensión de la nacionalidad como un proceso político e histórico podría llevar a alguien a restarle el alcance de sus dimensiones a la bandera (o a la propia noción de Patria). Algunos, de esos que gustan del boutade para impresionar, podrían decir que la bandera no es más que un pedazo de tela… Y desde alguna mirada tendrían razón.

Pero la bandera no es solo eso. La bandera es un símbolo por el cual murieron miles de personas en esta tierra (y fuera de ella). Por afán de irreverencia, no se puede desconocer la historia de una nación y de un pueblo.

Una ofensa a ese símbolo es una ofensa a todos los que nos sentimos parte de esta comunidad histórica que hemos dado en llamar Cuba. Por ello lo fue que un marine yanqui se encaramara en la estatua de Martí para ultrajarla, o que dos antisociales se mezclaran en el lucrativo negocio del vandalismo pintando con sangre animal los bustos del héroe.

También es una ofensa pretender subvertir una canción que ya forma parte del patrimonio colectivo, o intentar deslegitimar un movimiento que representó lo más alto de la estética y el arte revolucionarios. Ojalá y el Movimiento de la Nueva Trova pueden servir de ejemplos.

Habría que oponerse siempre a esa particular resignificación.

No hay entonces una “licencia poética universal” ni otro eufemismo que opere como patente de corso, si la finalidad o el resultado de un acto (incluso de un acto que se pretende “artístico”) es la injuria y el ultraje. Para ello tenemos leyes, no solo las penales sino también la reciente Ley de Símbolos Nacionales. No es fútil recordar que, incluso en el ordenamiento jurídico internacional, se reconocen como límites a la creación y expresión artística al orden público y a la moral.

Por supuesto, todo enemigo de la Revolución cubana hará de estas provocaciones su agenda principal. En la idea de nación, en el proyecto de dignidad y soberanía de este país, la Revolución halla uno de sus baluartes principales. Si los seudomarxistas y sus dogmas pretendieron abjurar por completo de la nacionalidad, el socialismo cubano ha hecho de la Patria un componente fundamental del discurso y del quehacer político.

Sí, esa Patria que es, en definitiva, una creación humana, una construcción política. Esa Patria y esa bandera podrían desaparecer solo si no existieran fronteras ni divisiones entre nuestra especie, y la civilización humana se refunda bajo una sola bandera.

Patria es humanidad, dijo Martí. Pero además dijo que el patriotismo era la mejor levadura de todas las virtudes humanas. Lo sigue siendo, no pretendamos negarlo aún. Incluso cuando no necesitáramos ni bandera ni escudo ni himno porque hemos llegado a otro ideal de desarrollo universal, se le seguiría brindando a los símbolos que hemos defendido un solemne respeto.

La sociedad futura y más justa que queremos construir no debe, no puede erigirse sobre la desmemoria.

(Tomado de Granma)

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