Por Ricardo Ronquillo

Fue una decisión riesgosa la que asumió la dirección política, estatal y gubernamental cubana al abrir el curso escolar en la mayoría de las provincias este 1ro. de septiembre. Lo hicieron en el momento más tenso del enfrentamiento al rebrote de la COVID-19, sobre todo en La Habana, junto a focos dispersos en el occidente y otras regiones.

Podemos imaginar cuántas variables debieron considerarse antes de dar ese paso, conociendo lo peligroso de semejante disposición, frente a la opinión de grupos de padres y otros segmentos sociales que planteaban que debió aplazarse y las campañas que nunca faltan para enrarecer cualquier asunto de este lado del charco.

El coronavirus en Cuba, como en cualquier lugar del planeta, obliga a dirigir como mismo se hace en un complejísimo teatro de operaciones, con múltiples frentes abiertos. En la primera línea de ese campo están los responsables de encarar directamente el virus y atenuar sus expansivas y mortales consecuencias, pero los niveles defensivos abarcan el resto de la economía y la sociedad.

Cualquier flanco político, económico o social donde se subestime o menosprecie la gravedad de las circunstancias, desde los anillos más cercanos hasta los más alejados de los focos principales del enfrentamiento, se pagará no solo con el incremento del número de enfermos y vidas segadas, sino además en gradientes de parálisis de toda la actividad nacional, con sus efectos colindantes.

Casi cualquier humano comprende a estas alturas que gobernar es tomar decisiones, y que la lucidez y mérito esencial de un gobierno que se defina democrático es que estas respondan al interés general de la mayoría, sin aplastar o discriminar a las minorías.

La autoridad, prestigio y mérito público de quienes gobiernan es directamente proporcional a la cantidad de errores, o no, en que incurran en el ejercicio de sus funciones. Ello implica que la validación definitiva de sus veredictos se la ofrece su éxito. Esa capacidad de previsión es una de sus distinciones mejor valoradas.

Nadie con un mínimo de información sobre el coronavirus —de la que abunda con oportunidad y calidad en este archipiélago—, así como de decencia, afirmaría que no se cometieron errores en el manejo del virus, algunos de los cuales purgamos ahora mismo, pero también tendría que reconocer que no son precisamente la irresponsabilidad o la ligereza las que caracterizan la batalla cubana contra el virus.

Para atestiguarlo están la labor cotidiana y colectiva del grupo temporal para la prevención y control del nuevo coronavirus, presidido siempre por los máximos responsables del país y apoyado por equipos científicos multidisciplinarios, la baja mortalidad y escasa difusión del virus comparado con la situación mundial, así como el control y aislamiento inmediato de los contagiados, la mayoría de ellos bien identificados, al igual que sus cadenas de infecciones.

También cuentan un sistema de instituciones de Salud que nunca estuvo presionado por el colapso, con profesionales capacitados, ética y humanamente distinguidos, apoyados por los centros de aislamiento, un protocolo nacional para el tratamiento de los enfermos, y hasta una vacuna en fase de ensayo clínico en humanos y otros candidatos en estudio.

Sin esos atributos, cosecha de años de solidificar y ampliar la formación del personal médico y un sistema de Salud universal y gratuito, nadie en este mundo se hubiera arriesgado a provocar la saña y el desprecio del Gobierno de Estados Unidos y solicitar la ayuda de los profesionales cubanos en momentos tan excepcionales.

Frente a disyuntivas tan graves, una de las fortunas nuestras es tener al frente del país al sistema de instituciones de la Revolución. A estas últimas se les pueden señalar múltiples errores en la proyección y conducción en diversos campos, pero nunca de insensatez o imprudencia que amenacen la vida humana. El humanismo es la bandera más hermosa del socialismo en Cuba.

Fueron una verdadera delicia, una maravilla, un remedio precioso para el alma ver repetirse esas imágenes de los estudiantes abriendo su curso escolar en Cuba en medio de la tragedia civilizatoria actual, con sus cifras millonarias de contagios, sus cadáveres y fosas comunes dispersos, las ciudades y otros espacios económicos y sociales fantasmales y las incertidumbres y desasosiegos persistentes.

El disfrute no fue porque ocurrieron a contracorriente de quienes se desgañitaron, perversamente, llamando a las «aulas vacías» —los mismos que quieren vaciarnos de todo—, sino porque son el adelanto, la avanzada de todas las aulas abiertas, definitivamente abiertas. Ese sería el mejor regalo que les demos a todos los que honestamente se preocuparon, a todos los buenos cubanos.

Tomado de Cubaperiodistas

Dejar respuesta

¡Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí