Los asesinos se marcharon con las manos cubiertas de sangre. No querían dejar testigos, por eso los mataron. Ninguna justificación podría dar pretexto a tanto odio, al terror, a la barbarie. Huyeron, dejando atrás un rastro de muerte. En dolor de todo un pueblo aún se hace escuchar.

Han pasado 30 años desde entonces, pero Cuba todavía recuerda el horror del crimen. Sucedió el 9 de enero de 1992 en la Base Náutica de Tarará. Un grupo de siete contrarrevolucionarios penetró en la instalación en medio de la madrugada, con el objetivo de sustraer una embarcación para abandonar el país de forma ilegal. Mientras uno de ellos, antiguo trabajador del lugar, daba conversación al CVP Rafael Guevara Borges y al guardafronteras Orosmán Dueñas Valero, el resto de los delincuentes esperaba para atacarlos por sorpresa. Tras recibir golpes y ser atados de pies y manos, los despojaros de sus armas.

Más tarde, ya ocurrida la catástrofe, la escena dejaría sin habla al más curtido de los hombres: Junto a la puerta, la sangre del sargento Yuri Gómez teñía de rojo el suelo. Recibió nueve impactos de bala tras el disparo mortal, en la cabeza. Un poco más lejos, cerca de un buró, yacían Dueñas Valero y Guevara. Ambos mostraban heridas de arma blanca. Por doquier, los rastros de vidrios rotos y casquillos de balas conferían dramatismo al macabro escenario.

Allí no terminó la huella de violencia. El sargento Rolando Pérez Quintosa, herido al tratar de ofrecer ayuda a los combatientes, batalló por su vida durante 37 días. Finalmente falleció el 16 de febrero de 1992. Gracias a la denuncia de este patriota, hecha apenas con su último aliento, en menos de 24 horas los terroristas fueron capturados.

“Cuando se viene a dar sepultura a una persona querida, se hace la historia de su vida. Yo me limito a decir que la historia de Rolando es la historia de nuestra magnífica juventud, es la historia de nuestra Revolución”, dijo el Comandante en Jefe Fidel Castro en la despedida de duelo de Pérez Quintosa, pero sus palabras se aplican a cada uno de los héroes que cayeron aquella madrugada, defendiendo las costas cubanas del terrorismo.

“Asesinar a hombres desarmados y amarrados es sencillamente monstruoso”, sentenció también Fidel. Han pasado 30 años, pero la instigación a dejar el país de forma ilegal persiste. La Ley de Ajuste Cubano continúa siendo un incentivo para el terrorismo y la muerte. Los sucesos de Tarará dan “idea de lo que podría esperar nuestro pueblo, (…) nuestros jóvenes, nuestros estudiantes, nuestras madres, nuestros combatientes, de la contrarrevolución, de la reacción y del imperialismo si lograra imponer sus designios en esta tierra, si lograran aplastar la heroica resistencia de nuestro pueblo”. Eso no debemos olvidarlo nunca.

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